London Blogging Night

¡Hola!


El relato con el que inauguramos esta aventura se tituló London Bloggin Night y es una historia de amistad con todos los ingredientes de una novela de intriga: una desaparición misteriosa, un personaje siniestro, pasiones, miedos e incertidumbres. Puedes encontrar los 47 capítulos en el archivo.


Ahora iniciamos una Isla de Relatos (casi perversa) donde intentaremos contar historias que os evadan un rato, a la vez que os provoquen. Queremos que paséis un tiempo, sea el que sea, pero que sea memorable.



Patricia & Isabel


jueves, 5 de septiembre de 2013

Capítulo 24: El valor de Eme

En una ciudad, Samara, que da nombre a un planeta menor desde el año 2007, una mujer con un impecable traje gris habla por teléfono, un lujoso modelo de cuarta generación que aguanta su firmeza. Alta, rubia, de ojos claros y aspecto enérgico, está muy pendiente de la conversación. Lo que mira, orgullosamente de pie ante el gran ventanal y sobre la suave moqueta, no le distrae. Está acostumbrada a la visión del omnipresente y caudaloso Volga, a la altura de vértigo del edificio donde trabaja y a la enorme plaza Kuibyshev, considerada la mayor de la Rusia europea y que cuenta con una hectárea más que la Roja de Moscú.

Semejante escenario no consigue perturbarla, a pesar del gran Palacio de Cultura de estilo neoclásico soviético que preside imponente la plaza, y también de la lluvia que no cesa y lo multiplica todo con sus reflejos.

Ludmila no hace justicia al significado de su nombre: “Amada por el pueblo”. No ama a nadie, tan sólo a si misma, y nadie le ama. Quizás por su dureza, quizás porque solamente piensa en el trabajo y en ganar dinero, es quien es. Una de las directivas más influyentes de una poderosa empresa de nanotecnología de la industriosa ciudad rusa de Samara, antigua Kuibyshev, llamada así en homenaje a un revolucionario. Ludmila alza la voz por encima de la incesante verborrea de su interlocutor:
- Dame sólo buenas noticias, John. Estoy cansada de vaguedades y lentos resultados.




Essol no puede evitar que su euforia se ensombrezca. “Esa rusa es como un acorazado”, reflexiona, “nada que ver con su compatriota, la delicada patinadora de apellido Belusova . Se parece más a una lanzadora de jabalina… con mis respetos a esas deportistas”.

-Creo que he dado con una buena pieza, Ludmila. Con ganas de nuevas experiencias, cierta ingenuidad, dócil y muy sabrosa, es una buena inversión. Estarás orgullosa de mí. 

La mujer le interrumpe, impaciente: -Deja tu vanidad a un lado y tráemela. Necesito carne fresca.

-Aún es demasiado pronto para marcharnos de Nueva York. Concédeme una prórroga. Así podremos exprimir un poco más a Curanaj: ha pagado 1.000 dólares por ella, pero aún no está satisfecho. Pide más. Y habrá otros hombres que también la desearán, y tal vez también mujeres.

Entre los vapores del sueño recién abandonado y la pereza, Eme intuye, más que oye, susurros procedentes de la estancia de al lado y piensa en lo atento que es John: “Seguramente está hablando con alguno de sus clientes y lo hace en la otra habitación para no despertarme”.

Mientras se dice a sí misma lo afortunada que es de tener tan buena compañía, Eme vuelve a dormirse plácidamente. Y John sigue, ajeno a los buenos sentimientos que despierta en la mujer:

- Ella es distinta a todas. Preciosa y con unas ansias de vivir que la hacen muy atractiva. A Stephen y a mi nos encanta, Curanaj se ha prendado… y esto es sólo el principio.

Al cabo de un momento, el ambicioso comerciante de arte corta la comunicación con una sonrisa satisfecha. Guarda el móvil en el bolsillo interior de su chaqueta y se dirige al dormitorio. Se sienta en un inmaculado sillón de cuero blanco para asistir al espectáculo de la mujer dormida, y se regala unos instantes preciosos después de la tensión provocada por Ludmila, quien, en cierto modo, le erotiza. Los labios de Eme sustituyen a los fríos de la rusa; su cabello oscuro, al intensamente claro de la ejecutiva; sus deliciosas curvas, a la postura marcial de la “lanzadora de jabalina”; su dulce y afrutado olor, al denso y amanerado de la madame. John se descubre deseándolas a ambas, cada una en su papel: una, de camino al abismo; la otra, justo en la cumbre. Una, esclava; la otra, ama. “La sumisión de Eme”, se recrea Essol, “es una de las mejores bazas con las que contamos. Es la gallina de los huevos de oro y hemos tenido mucha suerte al habernos cruzado con ella. Además, está encantada con el transcurso de la historia. ¿Se puede pedir más?”.

Ignorante de las elucubraciones del hombre, sigue Eme perdida entre sus sueños y en la gran cama. Dormida y sin consciencia del valor que Stephen, y sobre todo John y Ludmila, le otorgan.

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