London Blogging Night

¡Hola!


El relato con el que inauguramos esta aventura se tituló London Bloggin Night y es una historia de amistad con todos los ingredientes de una novela de intriga: una desaparición misteriosa, un personaje siniestro, pasiones, miedos e incertidumbres. Puedes encontrar los 47 capítulos en el archivo.


Ahora iniciamos una Isla de Relatos (casi perversa) donde intentaremos contar historias que os evadan un rato, a la vez que os provoquen. Queremos que paséis un tiempo, sea el que sea, pero que sea memorable.



Patricia & Isabel


martes, 29 de octubre de 2013

Capítulo 27: En busca de ayuda

El tiempo pareció detenerse como si el mensaje desgarrador de Eme llevara consigo una carga de aire comprimido que congela hasta los segundos. Los ojos de Guille se quedaron clavados en los míos, mientras repetía sin parpadear las palabras que había leído "NY. Ven a por mi. Miedo". No sabía exactamente cuanto llevábamos mirándonos fijamente sin mediar palabra cuando la camarera del Fragments Café me devolvió amablemente la consciencia. "Disculpad. Os tengo que cambiar la mesa. La teníamos reservada, siento mucho las molestias". Agradecí que hubiera una persona, en apariencia similar a mí que, en ese mismo instante en el que mi mundo se tambaleaba, estaba preocupada por una gestión tan nimia como la de una reserva; que el mundo siguiera girando sobre su vértice, mientras el mío lo había perdido. Necesitaba entender que mi entorno seguía teniendo sentido y que yo podría recobrarlo en algún momento.

Me levanté seguida de Guille quien todavía no había recuperado el color de sus mejillas. Las ojeras se le habían pronunciado y su aspecto había perdido la serenidad de alguien que se siente en paz. Me detuve ante el perfil de nuestras figuras reflejadas en un gran espejo que cubría la pared central y me asusté. Ambos habíamos envejecido en los últimos minutos como si hubieran pasado años y como si éstos hubieran sido siglos. Creo que nos manteníamos en pie por un secreto pacto con el diablo que, como precio, nos hacía vagar cual almas fantasmagóricas. Salimos de allí sin saber que lo realmente terrorífico no eran nuestros rostros sino el calvario que íbamos a vivir a partir de entonces en busca de nuestra amiga común Eme.



Debí llegar a casa tarde y arrastrando la huella de la desazón extrema porque Marcus dejó caer su lápiz sobre la cuartilla con la misma celeridad con la que un desapasionado abandona su puesto de trabajo a la hora establecida por la máquina de fichar. ¿Qué te ha pasado Sab? ¡Te he llamado cien veces! ¿Dónde has estado? Parece que has visto un fantasma, ¿estás bien?. Abracé a Marcus como creo que no lo había hecho en meses. Si bien nuestra relación había sido de lo más afectuosa y cariñosa en todas sus vertientes, en las últimas semanas se había convertido en desencuentros dialécticos por motivos familiares y profesionales en general, y motivados por Eme, en particular. Nuestras relaciones íntimas se habían resumido a breves encuentros convenientes, con ciertas dosis de pasión pero sin las sobremesas, o más bien sobrecamas, que solían colmarlas. Las discusiones con respecto a Eme minaban sobremanera mi respeto hacia Marcus ya que consideraba que era injusto e irracional y ello se reflejaba en todos los aspectos de nuestra pareja.
Sin embargo, en ese preciso instante, necesité abrazar a Marcus con toda la fuerza física que fui capaz de reunir, olvidando los posibles "peros" que habíamos ido reprochándonos.
A veces no es que cambien las cosas; lo que cambia es la forma en que nosotros las vemos o percibimos. Yo sentí ese abrazo como un refugio aislado en el que te escondes cuando escuchas la sirena que anuncia el peligro.
Marcus me acariciaba con extrema suavidad mientras yo le relataba el curso de los acontecimientos hasta llegar a recibir el mensaje de Eme, que repetí como una autómata hasta el él me acalló. ¡Basta Sab, basta amor!. Lo que hemos de hacer ahora es ir a la policía. Tenemos que ir a hablar con Cristina ya mismo. ¿De acuerdo?


Cristina Ruiz era amiga nuestra y además, detective del cuerpo de policía. Cuando sientes que alguien está muy cerca a ti, primero es lo que te une a dicha persona, después por lo que le pagan. En el caso de Cristina era así de meridiano. Pertenecía al núcleo duro de nuestro círculo desde hacía relativamente pocos años, pero con las suficientes horas de rodaje como para tener un papel principal en él. Afincada en Barcelona por amor, esta madrileña de nacimiento había sido la responsable del desmantelamiento de varias redes de tráfico de género, drogas y demás fuentes de financiación ilícitas, como mínimo. Trabajaba prácticamente las 24 horas del día porque para ella cualquier vecino, y cualquier hijo de vecino, era a priori, una posible tapadera de negocios sucios. Era temida por su fuerte carácter tanto en el trabajo como fuera de él. Para ella los buenos días no se daban, se ladraban. Cuando a veces le había dicho que debía ser más dulce, me contestaba que eso era para los pasteles y que ella no era pastelera. Entonces se ponía seria y recordaba el número de barbaridades humanas que había visto. "Como para fiarse, Sabela, como para relajarse", me decía. Conocía a Eme igual que a mí. Yo sabía que si alguien iba a poder decodificar el mensaje en su justa medida ella era Cristina Ruiz.

Quedé con Cristina en su despacho dos días después de haber recibido el mensaje de Eme. Si algo había aprendido con la edad era que la calma actuaba como bálsamo de las percepciones, apaciguando miedos, contextualizando hechos. Lo cierto es que aunque hubiera querido tampoco habría podido verla antes, pues Cristina regresaba de Riga, donde había estado trabajando con un grupo de presión para actuar contra la actuación del gobierno en materia de derechos humanos. Letonia, discrimina a los ciudadanos de origen ruso asentados durante la ocupación soviética no permitiéndoles el acceso a la ciudadanía. Les otorga el derecho a la residencia, pero les priva del derecho a la nacionalidad letona. Cristina era una feroz defensora de los derechos inherentes a todos los seres humanos, sin distinción alguna de nacionalidad, étnico, color, religión, lengua o cualquier otra condición: los derechos humanos. Después de responder a todas sus preguntas concienzudamente, de haberle relatado con la misma precisión que requiere una escisión quirúrgica con bisturí, se levantó para sentarse a mi lado como preparándose para atenuar mis previsibles temblores:

¿Qué sabes tú del tráfico de género, Sabela?

Sentí cómo unas ganas irrefrenables de vomitar arqueaban mi cuerpo hacia delante. Instintivamente rodeé mi estómago con los brazos como para intentar conservar todo lo que tenía dentro y conseguir aliviar esas arcadas. La calma, en esta ocasión, no iba a poder cambiar el sentido de mis percepciones.

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