London Blogging Night

¡Hola!


El relato con el que inauguramos esta aventura se tituló London Bloggin Night y es una historia de amistad con todos los ingredientes de una novela de intriga: una desaparición misteriosa, un personaje siniestro, pasiones, miedos e incertidumbres. Puedes encontrar los 47 capítulos en el archivo.


Ahora iniciamos una Isla de Relatos (casi perversa) donde intentaremos contar historias que os evadan un rato, a la vez que os provoquen. Queremos que paséis un tiempo, sea el que sea, pero que sea memorable.



Patricia & Isabel


lunes, 20 de enero de 2014

Capítulo 31: El baile de máscaras

Te sorprendería saber la de cosas que no puedo hacer sin ti Sab. Debería haberme preparado para ello. Siempre pensé que dependías tú más de mí que yo de ti. Ahora que estoy aquí aislada y esclavizada, he necesitado tu ausencia para entender mi propia presencia. Tu fragilidad, en apariencia física que no moral, siempre ha hecho que fuera yo la que sentenciaba y tú la que acatabas. Ahora que te otorgo en herencia la titularidad de ser imprescindible, tú ni siquiera estás cerca para aceptarla.

Llevo unas semanas aquí sometida a la celebración de un auténtico baile de máscaras. Finalmente he entendido que es mejor ponerme una cada vez, a poder ser de diferentes personajes, para que ellos me traten mejor. He conocido a una mujer en apariencia angelical, que ha resultado vestir la piel de una mantis religiosa. Su nombre es Ludmila y la primera frase que me regaló fue: "Vamos a utilizar esa cara y ese cuerpo para llevar a muchos hombres al cielo. De ti depende que tú subas con ellos". Yo pensé que ese cielo nada tenía que ver con el destino al que de niña mandábamos a las buenas personas.

Desde que apareció Ludmila todos se comportan diferente. John es un auténtico baboso con ella. Besa hasta su sombra, conformándose con recrear el deseo que siente por ella en silencio. Ludmila, consciente de su poder, le utiliza para satisfacer su ego llevándole de guardaespaldas o porteador, según necesite. Stephen está más serio. Parece que la respeta pero percibo una gran rivalidad entre ambos. Recuerdo la primera impresión que tuve cuando le conocí, rodeado de mujeres en la terraza del hotel Me de Londres. Él era el dueño del espacio y hasta se atrevía a marcar el ritmo al tiempo. Ahora, su protagonismo se veía comprometido y eso debía, cuanto menos, contrariarle. Hoy parece que tienen grandes planes para mi.



Cenamos con un nuevo invitado, esta vez escocés. No me han dicho su nombre pero sí dado montones de referencias para que me empape de su arte. Los guardianes de mi libertad preparan a conciencia las visitas que recibo. Me dan tres tipos de material: referencias sobre el personaje, curiosidades e intereses del mismo y el vestido con el que debo acudir a lo que yo llamo "el baile de la pantomima". Por lo que he podido leer, sé que cenamos con un pintor que empezó a coquetear con los pinceles por amor, cuando una novia le regaló su primer set de pinturas, recién cumplidos los 21. Normalmente el dato me hubiera parecido graciosamente romántico pero dadas las circunstancias, me revolvía las entrañas pensar en nada que tuviera que ver con ridículos y falsos cuentos de princesas. Sentía demasiado asco, repugnancia y odio por los que doblegaban mi existencia como para emocionarme con ideas ñoñas y novelísticas. Estudié a conciencia lo que me dieron, más por escapar de mi realidad que por por parecer aplicada. Parece que en estos momentos Sab, he rescatado tu sentido práctico de la vida y me aferro a cualquier tronco para no dejarme arrastrar por la corriente. La cena se celebraba en un salón contiguo a mi jaula de barrotes de oro. El ritual era siempre el mismo: una hora antes del encuentro recibía la instrucción de arreglarme y 45 después la visita de Essol que se quedaba embobado los 15 primeros segundos hasta que recobraba el aliento y expiraba: "estás bellísima, Eme". Nunca vino Stephen a enfrentarse a mi figura antes de que la rasgaran. De alguna forma me evitaba a solas antes de entregarme al candor del engaño. Esta vez, sin embargo, la figura que me visitó fue la gélida silueta de Ludmila. _ Perfecta. _ Sentenció al verme. Vestía de corto y rojo, lo que me preparaba para una noche de toros. Mis hombros asimétricamente descubiertos, el pelo recogido y ligero maquillaje. Eso era lo único que podía escoger yo y aunque la tentación era la de grafitearme entera, sabía que no iba a llevarme a ninguna parte caer en ella. De nuevo recordaba, Sabela, nuestras charlas acerca del cóctel vedado, mezcla de tentaciones, prohibiciones, fronteras y contraindicaciones.

_ Eme, hoy las instrucciones te las daré personalmente. Te aguarda el Sr. Jack Hoggan. Se espera de ti que le des conversación sobre su profesión y aficiones, que sin duda habrás aprendido, sin ninguna referencia a ti. En el momento en que percibamos un sólo movimiento o comentario extraño, entraremos y tendrás que estar preparada para atenerte a las graves consecuencias.

Ni contesté. Aguanté su mirada desafiante con la misma actitud. El miedo es lo último que se pierde cuando tomas consciencia de que no tienes nada más que perder. Seguí los pasos Ludmila por el largo corredor, evitando congelarme tras su estela. Nuestro ritmo iba descompasado, seguramente por la diferencia de longitud de nuestras piernas y por el grado de interés en llegar. Esto, y que ella era una pieza compacta de huesos que no debían estar engranados por ligamentos. Mientras su rostro era de una belleza hipnótica, su cuerpo se alzaba como una soldada masa corporal. Algunos metros después llegamos al salón de la representación. Allí estaba él, el pintor del amor, elegantemente vestido con un traje más propio de un empresario que de un artista. Charlaba con Stephen brazos semi cruzados, copa en mano. Debía de estar bebiendo whisky, atendiendo al color del líquido y el tipo de vaso donde lo saboreaba. Lo tomaba sólo y con hielo. Dejó el vaso en la repisa de la chimenea cuando nos vio: dos máscaras más ataviadas para el baile: la rubia de Ludmila, la morena de mi espectro. Sonrió con serenidad, ajeno a toda esta tragicomedia. Hay dos tipos de hombres en estas situaciones, los que se acercan a ti, y los que esperan a que te acerques a ellos. Él fue de los primeros. Avanzó a mi encuentro, me cogió la mano y me besó la mejilla. Toda la repulsión que sentía se concentró en mi estómago a punto de provocarme arcadas. Stephen que se percató de ello me ofreció una copa de champagne que yo rechacé dirigiéndole una mirada homicida. Le culpaba de esta situación en la que para ser sincera me había metido guiada por mi vanidad. Nos quedamos los tres a solas, alegando la dama de hielo una falsa gestión. Los dos machos, cual gallos de pelea, empezaron a comportarse como animales disputándose mi atención. Fue entonces cuando entendí que podía arbitrar esa pelea gallita y provocar a ambos contrincantes hasta la extenuación.

Stephen inició la batalla. _ Le estaba contando a Jack cómo nos conocimos en Londres, Eme, y tu interés por el arte, en sentido amplio. - Parecía que salivaba al evocar ese "sentido amplio". Jack respondió antes de que yo empezara a vomitar con ese espectáculo. _ Seguro que Eme es una mujer de amplitud de miras, curiosa y amante de cualquier arte. ¿Me equivoco?

... Así seguimos durante dos largas horas. El coqueteo serpenteaba entre comentarios desafiantes y rivalidades de adolescentes. Me extrañaba que Ludmila no hiciera acto de presencia para calmar los ánimos de esos dos enmascarados quinceañeros, pero yo sacaba partido de esa intencionada retirada bañándolos en alcohol.

Subestimé el papel ausente de la rusa porque cuando aquellos dos ya se habían bebido todas las existencias apareció colándose como el humo, silenciosa e invasiva. _ Perdonad mi demora. Los asuntos del otro lado del océano tienen diferencias más allá de las horarias. Stephen, creo que es momento de dejar a Jack y Eme a solas. _ Miré a Stephen suplicándole en silencio que no me dejara, pero Ludmila había dado sus instrucciones contundentemente. Antes de salir, ella me brindó una última copa, escondiendo bajo su máscara a la bruja que ofrece la manzana envenenada. No pude sortear esa trampa. La bebida contenía una sustancia sedante que disuelta en el líquido no dejaba sabor, olor o color detectable. Apenas unos minutos después, empecé a notarme mareada, desorientada y perdí el control sobre mi voluntad. Se rompió en mil pedazos la máscara que llevaba puesta, pero los pedazos esparcidos por el suelo no serían más que los sueños que había destrozado.

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