Allá abajo todo se ve blanco. La nieve cubre la pista por entero, pero el comandante
tranquiliza a sus pasajeros diciendo que el aterrizaje se prevé sin problemas a pesar de
la última nevada, que no ha sido muy intensa. Siempre está bien llegar al JFK y empezar a vislumbrar a lo lejos el skyline de una
de las ciudades más famosas del mundo.
“¡Cuánto vale la experiencia! Si no hubiera volado nunca hasta aquí, no sabría que
es importante salir temprano –tanto como te permitan las circunstancias–, echar un
sueñecito en el avión y mantenerte hidratada y bien alimentada, pero de forma ligera...
¿Jet lag a mi? Esa pesadilla del reloj biológico... ¡ni en sueños!”.
Protegida contra la diferencia horaria, con el reloj en el tiempo correcto y satisfecha
de su previsión, Cristina tiene ganas de andar y tomarse una merienda en el primer
Wendy’s que encuentre. “La calidad es nuestra receta” es
el lema de esta cadena de restaurantes de comida rápida tipo McDonald’s. A pesar de que no es de gustos sofisticados, a la detective
madrileña convertida en barcelonesa por amor le hacen sonreír con ironía esas soflamas
publicitarias. Pero con más fuerza que todos esos pensamientos prosaicos, la policía
tiene entre ceja y ceja a dos personas: una mujer acosada y un hombre al que no ve
desde hace tiempo.
Matar dos pájaros de un tiro. Esa es la intención de Cristina Ruiz: Salvar la vida de una
amiga y encontrarse con un compañero especial para ella, al que prometió un hueco
para no hablar sólo de trabajo. Gracias al teniente Estévez, que lo ha arreglado con los
compañeros del control de aduanas, se puede ahorrar los trámites. Tan sólo queda esa
merienda y poco más de una hora de trayecto con el Air Tren y el metro para plantarse
en Manhattan.
“Esta noche promete –se dice a sí misma la mujer policía–. Además de
estar segura de que Raúl ha adelantado trabajo, cenar tan bien acompañada no es algo
que se repita todos los días. Y mañana empieza el curro de verdad”.
Mientras el subterráneo la lleva a su destino y su mente imagina los preparativos para la
velada, el tren se detiene y el sonido del móvil saca a Cristina de su ensoñación. Al ver
el nombre que parpadea en la pantalla contesta con rapidez.
-¡Hola, Cris! ¡Encantado de verte! Si miras por la ventanilla, tú también me verás a mí.
La mujer no pierde ni un segundo. No esperaba que la viniera a recibir, pero ahí está. Y
lo que ven sus ojos es mejor que la última vez.
-¿Cómo sabías a qué hora llegaba y cómo? Habíamos quedado en el bistrot de Madison
esta noche… Pensaba asearme y cambiarme en los recomendables lavabos de la
estación Grand Central…
-Antes de echarme el sermón por la sorpresa, ¿recuerdas que soy policía?
Cristina cuelga sin dejar de sonreír y no aparta la mirada de la de su compañero.
Desde que se conocieron, la franqueza y la naturalidad son dos cualidades que ambos
comparten. Entre ellos no caben dobleces y segundas intenciones, y siempre les parece
que se vieron ayer, independientemente de si ha pasado un mes o un año. Es una
fantástica sensación.
-El uniforme siempre te ha sentado de fábula. Pero vestido de civil me gustas más…
Un buen abrazo. Un trayecto corto para dejar la maleta en casa de Raúl –antes del
viaje, el teniente le ofreció compartir su apartamento, opción preferida por el jefe
de la detective dados los recortes en el presupuesto–. Una ducha rápida, un toque
de maquillaje y el mejor vestido, sin ostentaciones, de su guardarropa. Y la primera
recompensa por unas horas de un viaje que no es de placer le aguarda tras la puerta del
baño con una sonrisa socarrona.
-Creía que no saldrías nunca. ¿Sabes? Estoy muerto de hambre. De camino, te explico
cómo he empezado a buscar a tu amiga. Así te quedarás más tranquila y podremos cenar
sin pensar en nada más que en disfrutar de nuestra mutua compañía. Nos vemos de
higos a brevas y hay que aprovechar el momento, ¿no crees? Y mañana, ¡a trabajar!.
Con su habitual meticulosidad, no exenta de desparpajo, el teniente desgrana para
la detective los primeros pasos seguidos en la investigación de la desaparecida Eme
gracias a las referencias que Cristina le comunicó desde Barcelona. Uno de esos
pasos, contactar con Scotland Yard, para buscar
al ciudadano británico Stephen, el marchante de la White Cube que Sabela recordaba
de la última conversación con su amiga cuando aún estaban juntas en Londres, el
que conoció aquella aciaga noche en el evento del Hotel Me y con el que se fue tan
ricamente. Lo malo es que “el atractivo y misterioso hombre maduro” –según palabras
de Sabela– llevaba días sin aparecer por su galería, y ni tan sólo podían hablar con
John, su ayudante, que se había ido con él. Ni siquiera el departamento de prensa de la
galería sabía a ciencia cierta dónde se encontraban. Sólo habían dejado las instrucciones
necesarias para seguir trabajando sin que se acusara demasiado su ausencia y habían
pedido que, si había alguna urgencia, les llamaran al móvil.
-Querido Raúl, son inmejorables pistas, pero... ¿y si ella ya no está con ese hombre?
Quizás la embaucó para traerla a Nueva York y él está ahora en otra parte, lo que
dificultaría aún más encontrarla. Quizás la controlan en estos momentos otros
individuos que no sabemos quiénes son, o ha ocurrido algo entre tanto y Eme ya no está
en la ciudad. O tal vez… No quiero pensar en lo peor.
-Pues bórralo ya de tu cerebro, Cris. Estoy seguro de que, tirando de la madeja con
discreción y sin perder la calma, recuperaremos a tu amiga Eme. Ten confianza, tesoro.
¿Te he fallado alguna vez? De la misma forma que tú no me has fallado nunca, ¿cómo
iba a hacerlo yo contigo? No te preocupes: la encontraremos.
La detective conoce bien al teniente de la división policial neoyorquina, como persona
y como profesional. En él puede confiar, pero, sobre todo en lo que se refiere a
desaprensivos de guante blanco, se le hace imposible. No puede entender la doble vida
que llevan algunos personajes podridos de dinero, que arrastran a otros más débiles.
¿Cómo se puede ser tan rastrero con el prójimo? Cristina decide, en su fuero interno,
que no se va a amargar esta noche. Que, como decía la incombustible Scarlett O’Hara, a
quien el viento no se pudo llevar, ya lo pensaría mañana.
Páginas
London Blogging Night
¡Hola!
El relato con el que inauguramos esta aventura se tituló London Bloggin Night y es una historia de amistad con todos los ingredientes de una novela de intriga: una desaparición misteriosa, un personaje siniestro, pasiones, miedos e incertidumbres. Puedes encontrar los 47 capítulos en el archivo.
Ahora iniciamos una Isla de Relatos (casi perversa) donde intentaremos contar historias que os evadan un rato, a la vez que os provoquen. Queremos que paséis un tiempo, sea el que sea, pero que sea memorable.
Patricia & Isabel
El relato con el que inauguramos esta aventura se tituló London Bloggin Night y es una historia de amistad con todos los ingredientes de una novela de intriga: una desaparición misteriosa, un personaje siniestro, pasiones, miedos e incertidumbres. Puedes encontrar los 47 capítulos en el archivo.
Ahora iniciamos una Isla de Relatos (casi perversa) donde intentaremos contar historias que os evadan un rato, a la vez que os provoquen. Queremos que paséis un tiempo, sea el que sea, pero que sea memorable.
Patricia & Isabel
No hay comentarios:
Publicar un comentario