London Blogging Night

¡Hola!


El relato con el que inauguramos esta aventura se tituló London Bloggin Night y es una historia de amistad con todos los ingredientes de una novela de intriga: una desaparición misteriosa, un personaje siniestro, pasiones, miedos e incertidumbres. Puedes encontrar los 47 capítulos en el archivo.


Ahora iniciamos una Isla de Relatos (casi perversa) donde intentaremos contar historias que os evadan un rato, a la vez que os provoquen. Queremos que paséis un tiempo, sea el que sea, pero que sea memorable.



Patricia & Isabel


miércoles, 5 de marzo de 2014

Capítulo 32: Un encuentro fructífero

Allá abajo todo se ve blanco. La nieve cubre la pista por entero, pero el comandante tranquiliza a sus pasajeros diciendo que el aterrizaje se prevé sin problemas a pesar de la última nevada, que no ha sido muy intensa. Siempre está bien llegar al JFK y empezar a vislumbrar a lo lejos el skyline de una de las ciudades más famosas del mundo. “¡Cuánto vale la experiencia! Si no hubiera volado nunca hasta aquí, no sabría que es importante salir temprano –tanto como te permitan las circunstancias–, echar un sueñecito en el avión y mantenerte hidratada y bien alimentada, pero de forma ligera... ¿Jet lag a mi? Esa pesadilla del reloj biológico... ¡ni en sueños!”.

Protegida contra la diferencia horaria, con el reloj en el tiempo correcto y satisfecha de su previsión, Cristina tiene ganas de andar y tomarse una merienda en el primer Wendy’s que encuentre. “La calidad es nuestra receta” es el lema de esta cadena de restaurantes de comida rápida tipo McDonald’s. A pesar de que no es de gustos sofisticados, a la detective madrileña convertida en barcelonesa por amor le hacen sonreír con ironía esas soflamas publicitarias. Pero con más fuerza que todos esos pensamientos prosaicos, la policía tiene entre ceja y ceja a dos personas: una mujer acosada y un hombre al que no ve desde hace tiempo. Matar dos pájaros de un tiro. Esa es la intención de Cristina Ruiz: Salvar la vida de una amiga y encontrarse con un compañero especial para ella, al que prometió un hueco para no hablar sólo de trabajo. Gracias al teniente Estévez, que lo ha arreglado con los compañeros del control de aduanas, se puede ahorrar los trámites. Tan sólo queda esa merienda y poco más de una hora de trayecto con el Air Tren y el metro para plantarse en Manhattan.

“Esta noche promete –se dice a sí misma la mujer policía–. Además de estar segura de que Raúl ha adelantado trabajo, cenar tan bien acompañada no es algo que se repita todos los días. Y mañana empieza el curro de verdad”. 

Mientras el subterráneo la lleva a su destino y su mente imagina los preparativos para la velada, el tren se detiene y el sonido del móvil saca a Cristina de su ensoñación. Al ver el nombre que parpadea en la pantalla contesta con rapidez.

-¡Hola, Cris! ¡Encantado de verte! Si miras por la ventanilla, tú también me verás a mí.

La mujer no pierde ni un segundo. No esperaba que la viniera a recibir, pero ahí está. Y lo que ven sus ojos es mejor que la última vez.



-¿Cómo sabías a qué hora llegaba y cómo? Habíamos quedado en el bistrot de Madison esta noche… Pensaba asearme y cambiarme en los recomendables lavabos de la estación Grand Central…

-Antes de echarme el sermón por la sorpresa, ¿recuerdas que soy policía?

Cristina cuelga sin dejar de sonreír y no aparta la mirada de la de su compañero. Desde que se conocieron, la franqueza y la naturalidad son dos cualidades que ambos comparten. Entre ellos no caben dobleces y segundas intenciones, y siempre les parece que se vieron ayer, independientemente de si ha pasado un mes o un año. Es una fantástica sensación.

-El uniforme siempre te ha sentado de fábula. Pero vestido de civil me gustas más…

Un buen abrazo. Un trayecto corto para dejar la maleta en casa de Raúl –antes del viaje, el teniente le ofreció compartir su apartamento, opción preferida por el jefe de la detective dados los recortes en el presupuesto–. Una ducha rápida, un toque de maquillaje y el mejor vestido, sin ostentaciones, de su guardarropa. Y la primera recompensa por unas horas de un viaje que no es de placer le aguarda tras la puerta del baño con una sonrisa socarrona. -Creía que no saldrías nunca. ¿Sabes? Estoy muerto de hambre. De camino, te explico cómo he empezado a buscar a tu amiga. Así te quedarás más tranquila y podremos cenar sin pensar en nada más que en disfrutar de nuestra mutua compañía. Nos vemos de higos a brevas y hay que aprovechar el momento, ¿no crees? Y mañana, ¡a trabajar!.
 Con su habitual meticulosidad, no exenta de desparpajo, el teniente desgrana para la detective los primeros pasos seguidos en la investigación de la desaparecida Eme gracias a las referencias que Cristina le comunicó desde Barcelona. Uno de esos pasos, contactar con Scotland Yard, para buscar al ciudadano británico Stephen, el marchante de la White Cube que Sabela recordaba de la última conversación con su amiga cuando aún estaban juntas en Londres, el que conoció aquella aciaga noche en el evento del Hotel Me y con el que se fue tan ricamente. Lo malo es que “el atractivo y misterioso hombre maduro” –según palabras de Sabela– llevaba días sin aparecer por su galería, y ni tan sólo podían hablar con John, su ayudante, que se había ido con él. Ni siquiera el departamento de prensa de la galería sabía a ciencia cierta dónde se encontraban. Sólo habían dejado las instrucciones necesarias para seguir trabajando sin que se acusara demasiado su ausencia y habían pedido que, si había alguna urgencia, les llamaran al móvil.

-Querido Raúl, son inmejorables pistas, pero... ¿y si ella ya no está con ese hombre? Quizás la embaucó para traerla a Nueva York y él está ahora en otra parte, lo que dificultaría aún más encontrarla. Quizás la controlan en estos momentos otros individuos que no sabemos quiénes son, o ha ocurrido algo entre tanto y Eme ya no está en la ciudad. O tal vez… No quiero pensar en lo peor.

-Pues bórralo ya de tu cerebro, Cris. Estoy seguro de que, tirando de la madeja con discreción y sin perder la calma, recuperaremos a tu amiga Eme. Ten confianza, tesoro. ¿Te he fallado alguna vez? De la misma forma que tú no me has fallado nunca, ¿cómo iba a hacerlo yo contigo? No te preocupes: la encontraremos. 

La detective conoce bien al teniente de la división policial neoyorquina, como persona y como profesional. En él puede confiar, pero, sobre todo en lo que se refiere a desaprensivos de guante blanco, se le hace imposible. No puede entender la doble vida que llevan algunos personajes podridos de dinero, que arrastran a otros más débiles. ¿Cómo se puede ser tan rastrero con el prójimo? Cristina decide, en su fuero interno, que no se va a amargar esta noche. Que, como decía la incombustible Scarlett O’Hara, a quien el viento no se pudo llevar, ya lo pensaría mañana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario