London Blogging Night

¡Hola!


El relato con el que inauguramos esta aventura se tituló London Bloggin Night y es una historia de amistad con todos los ingredientes de una novela de intriga: una desaparición misteriosa, un personaje siniestro, pasiones, miedos e incertidumbres. Puedes encontrar los 47 capítulos en el archivo.


Ahora iniciamos una Isla de Relatos (casi perversa) donde intentaremos contar historias que os evadan un rato, a la vez que os provoquen. Queremos que paséis un tiempo, sea el que sea, pero que sea memorable.



Patricia & Isabel


sábado, 8 de noviembre de 2014

Capítulo 40: Un instante de eternidad

Quienes creen en el destino dicen que todo sucede en el momento preciso, que está escrito en las estrellas.
“Quizás –piensa Eme– mi vida entera, mi familia, mis amigos, mi profesión se han confabulado para traerme hasta este “ahora” que amplía el horizonte con una nueva posibilidad”.
La bella joven deshoja sus dudas, pero el hecho de una nueva vida abriéndose paso en sus entrañas parece despejarlas todas mientras estira sus músculos y se sacude la pereza ante el fabuloso desayuno.
Está sola, pero por poco tiempo. Tras la puerta de su habitación aparece Al Martum con su acostumbrada energía y una brillante túnica azul cobalto que le favorece aún más, si ello es posible. Se acerca a la mesa y a Eme, y la abraza desde atrás, de esa forma tan delicada y envolvente con la que cada día la agasaja y a la que no cuesta nada habituarse.
- Cada mañana estás más preciosa que la anterior. ¿Qué explicación tienes para ello? No dejas de sorprenderme.
Ella tiene que sincerarse con él, sea la criatura suya o de otro. Aunque ignora cómo hacerlo. “Tal vez, la mejor manera es soltarlo tal como me salga. Y contarlo lo antes posible, sin dejar que llegue a ser evidente y no haber dicho nada al respecto”.
Pensado y hecho: -Mohammed, tengo algo muy importante que decirte. Y no puede esperar.
-Tú dirás, cariño. Me tienes en ascuas… Eme toma aire y lo dice: -Estoy embarazada. Tenía sospechas, pero tu médico me lo ha confirmado.
-¿Mi médico? ¿Desde cuándo actúa a mis espaldas?
Temiendo una escalada de reacciones negativas del jeque, Eme reacciona con rapidez:
-Yo quería saberlo con certeza antes de hablar contigo. Y aunque tu médico te es leal y hubiese corrido a explicártelo, le supliqué que no se me adelantara. Si tienes que castigar a alguien, que sea a mí.
-¿Cómo voy a castigarte por una buena noticia? No debes estar segura de quién es el padre, pero te agradezco mucho que me lo hayas contado.
-No se lo he dicho a nadie más porque tengo la intuición de que es tuyo. Me has tratado tan bien que, además, deseo que no sea de ningún otro. La mirada penetrante del apuesto árabe no permite ni un atisbo de duda: está encantado. Y porque lo está, le da las gracias, de palabra y de abrazo, uno estrecho y firme, como a Eme le gustaba.



La hacía temblar cada vez que la rodeaba con sus brazos. Era difícil resistirse, no dejarse llevar por la marea… por las olas crecientes de un deseo palpitante que la llenaba toda a su contacto. Al Martun lleva sus manos a la sedosa bata de la mujer y la desprende de ella despacio, tanto que el tiempo parece detenerse. Desnuda de cabeza a pies, hermosa y expectante, Eme se deja hacer. Y la sorpresa se apodera de ella cuando, después de besarla con una intensidad nueva –perdiéndose en su boca, lamiendo sus labios ardientes–, el hombre se arrodilla a sus pies. Los acaricia con sus manos y su cabellera negra y frondosa, besa cada dedo y los recorre todos con su lengua enfebrecida. Eme vibra desde sus pies hasta la raíz de sus cabellos. Jamás un hombre había empezado el recorrido de su deseo desde tan abajo, como si se postrara ante ella. -Soy tuyo y ahora voy a hacerte mía como estoy seguro que nunca lo han hecho. Convencida de que él iba a cumplir su promesa, se agacha para rogarle que se levante, pero él no le hace caso. Continúa su sendero personal y ascendente, desde las suaves columnas de Eme hasta su cintura, sus caderas y sus nalgas. Sus manos no pueden estar quietas y pasear su lengua y su boca por cada rincón de ella es su ocupación exclusiva. Un rastro de saliva caliente va quedando atrás, dejando impresos regueros de lava que atraviesan la piel de Eme. Sus columnas amenazan con desfallecer, pero no saber qué más iba a suceder y en qué orden la mantiene en pie. Entonces Mohammed dirige una de sus grandes manos al sexo de ella, que apenas tiene vello y deja vía libre, y sonríe mientras lo hace. Eme está empapada y eso es lo que él quiere. Dedo a dedo, la va penetrando y ella se va derritiendo, abriéndose cada vez más e invitando al árabe a meterse más en ella. Él lo hace con exasperante lentitud, ansiando la prisa de Eme, haciéndola sufrir con la llamarada de cada caricia, con cada beso, con cada dedo introduciéndose en ella y abriéndose camino, con cada dulce y leve mordisco en sus pezones duros y erguidos. Poco a poco, de esa manera insufrible, la libera de la mano en su sexo y busca el final de su espalda, a la conquista de otro de los recovecos de la mujer, de otro de sus rincones secretos, ahora ávido de su acoso y derribo. Mohammed hace allí lo mismo que en su sexo y Eme puede comprobar, una vez más, cuán delgada es la línea que separa el dolor del placer. Y mientras valora esa frontera, él la vuelve a liberar de sus dedos y le alza en brazos, llevándola, por fin, a la cama. La erección que lo domina casi desde el principio ya tiene ganas de arroparse con el calor del volcán interior de Eme, pero aún falta uno de los entrantes antes del festín final. Tendida boca arriba como él desea, ella se dispone a recibirlo sin recato alguno, con toda la alegría anticipada por la fiesta que se avecina. Y él vuelve a besarla largamente, bebiendo de ella con avidez para mojar después el sexo que se abre ansioso ante él. Su lengua recorre cada centímetro, explorándolo fragmento a fragmento de piel y penetrándolo con delirio y en círculos, haciendo brotar la esencia de una Eme a punto de estallar. Cada gemido de ella, una guía para él, con un objetivo único: encontrar nuevas sensaciones que regalarle. Cuando las sábanas están ya húmedas del placer de Eme, él quiere que ella coma un poco de él, que lo saboree, que empape con su lengua el potente sexo enhiesto que ya está al límite de su resistencia y la mira con su único ojo. La lengua de Eme no tiene tiempo de recrearse demasiado en él: Al Martum se lo quita de la boca y, loco de ardor, lo lleva hasta el hueco de Eme que ahora más necesita. El baile poderoso sobre ella, sus penetrantes y rítmicas sacudidas, sus manos hundiéndose en su carne y su lengua en su boca, duran una dulce eternidad, y también un solo instante, apenas un suspiro. Eme arquea la espalda, ocupada en lograr el máximo contacto con el cuerpo y el sexo del árabe.
De repente, le sobreviene la que llaman “pequeña muerte” acompasándose a los jadeos, a la respiración agitada, a los gritos de éxtasis de ese hombre que sabe cómo complacer a una mujer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario